sábado, 3 de enero de 2009

Todo sigue igual

Todo sigue igual



Leo en El Mundo sobre Lynndie England, la soldado que, junto a otros, llenó el universo de los media con su fotografías torturando a presos en Abu Ghraib. Si usted lee esta noticia y tiene un dedo de frente, entenderá fácilmente a esta chica. Si, como yo, tiene dos dedos de frente, se indignará. Si usted tuviera tres o más dedos de frente, no sé lo que pensará, pero le invito a que deje su comentario al respecto ( tal vez el abogado y ella se estén frotando las manos pensando en los pingües beneficios de sus futuras apariciones en TV, en un libro... , ¡gracias tortura! ¿Alguien tiene más de dos dedos de frente? ).

Por otra parte, la forma de "divertirse" de este tipo de sujetos, no deja de recordarme "diversiones" de gentes más o menos cercanas. Son conductas infantiles que se mantienen en la edad adulta, sobre todo cuando ésta no es más que eso, una edad.

Como todos los niños, yo también he cometido crueldades sin sentido. Supongo que crecer implica salirse de ese infantilismo cruel. ¿O no?

Al lado de mi casa, allá por los setenta, había una zona agreste en la que gustábamos de jugar a explorar la jungla. Un buen día llegaron las excavadoras y, tras la remoción selvática, aparecieron todo tipo de bichitos: crías de topos, ratones, culebras. Había una gran cantidad de salamandras, un bicho que siempre me causó cierta repulsión. Entonces, recuerdo muy bien los ojos enrojecidos y la euforia de B. Su dicha desenfrenada procedía del placer que le causaba recoger a todas las salamandras que encontraba y echarlas en un cazo metálico puesto al fuego de madera ardiendo. Aquello, al parecer, era una diversión a la que se sumaron el resto de amistades. Fue una de las veces en las que me sentí "apartado", fuera del círculo manienlazado de los gozadores. Las consecuencias de salirse del grupo las viví con mucha tristeza, apesadumbrado por mis límites -no podía apoyar aquello-, mi soledad y mi incomprensión.

En otra ocasión recuerdo haber salido en defensa de P. P era un chico que pocos años después fallecería de cáncer, "Dios aprieta pero no ahoga". Era el débil, el que todos utilizaban por su bondad teñida de inocencia. Fue otro de mis grandes errores: el grupo me fue apartando, y yo no hice apenas nada por evitarlo, aunque tampoco entendía nada. No cedí al chantaje, preferí la soledad. Mi edad estaba por encima de la decena, pero no recuerdo con exactitud. La turbación se prolongaría por años sucesivos. No olvidaré aquel cumpleaños de B en el que invitaba a todos excepto a mí, con el incompresible placer de los otros, imagino que tener a un otro, representante de lo malo refuerza lazos con la gran familia. No sé, aquella decisión de estar al otro lado, del lado de la minoría ínfima que representa el uno, me acompañaría hasta hoy, que vivo esto con distancia, esclavizado del condicionamiento emocional que me inoculó todo aquello, que tendría su justa réplica en las vivencias escolares. Lugar en el que, entre otras cosas, fui condenado al ostracismo. No es un tono victimista: yo elegí esta opción. Podría haber formado parte del grupo.

Tras leer la noticia que mentaba al principio, al día de hoy, compruebo que no salgo de mi asombro: todo sigue igual.

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