domingo, 29 de marzo de 2009

Confluencias tardías

Recuerdo con nitidez la primera vez que escuché el álbum doble vinilo Agartha, de Miles Davis. Veo en una reseña muy acertada de Miquel Codina sobre este álbum que fue el primer disco de esa etapa editado en España. En aquella época, yo no sabía muy bien lo que era o dejaba de ser la música de jazz. Tenía un nombre más o menos mítico -Miles Davis-, y me encontré con una grabación que en una primera escucha me dejó desconcertado. Lo escuché a oscuras, en el dormitorio, encerrado y aislado del mundo, enfrentado a las emociones suscitadas por aquella grabación, realizada en vivo en Osaka, Japón, el 1 de febrero de 1975. En la cubierta aparecía una leyenda en letras pequeñitas en la que sugería que para apreciar los matices de la grabación, se escuchara a un volumen muy alto. Estaba bastante oculta, hay que mirar con mucha atención —y voltear la cubierta— para verla. Curioseando, entre los músicos estaba un tal Sonny Fortune, a la flauta y al saxo. También recuerdo haberlo escuchado repetidamente, obsesivamente, con la sensación de estar captando parte de un todo al que no llegaba. Creo recordar que la cara 3 -es decir, la primera del segundo LP- es la que me hizo exclamar de emoción -emociones que aún me resultaban novedosas-. Todo esto debía suceder a finales de los setenta.


Dejo como ilustración el segundo tema del doble LP, titulado Maiysha. Aparece sin solución de continuidad seguido del primero (que dura más de 30 minutos, ocupando éste toda la cara A y la mitad de la cara B del primer LP) . El flautista es Sonny Fortune, claro. Creo que es un tema incluso bailable -pero no sólo-, psicodélico, muy de aquellos años, pero al mismo tiempo representa una temática que para mí te hace viajar por diversos paisajes emocionales. Eso creo que es el concierto, un viaje.



(para los despistados, la trompeta de Miles comienza el solo en el minuto 5.52..., y seguirá tocando bastante tiempo)

Hasta el concierto de Sonny Fortune del 4 de febrero de 2009 en el Centro Cajastur de oviedo, no había tenido noticia de este músico. De hecho, cuando días antes me enteré de que tocaba, miré a ver si se trataba del mismo Sonny. Tras ver la formación que le acompañaba, intuí que era un lujo de concierto en el que, con toda seguridad, el sonido fusión y "eléctrico" del álbum Agartha, no estaría en absoluto presente. Pensé que iba a ser un concierto de jazz "puro y duro".

Cuando escuchaba y conocía en aquellos años el álbum de Miles Davis, yo no sabía gran cosa de lo que era el jazz, tampoco tenía conocimiento de que hubiera en este planeta una chica algo mayor que yo, que se llamara Isabel Uría, y con la que tuviera tantos puntos en común... Tiempo después se lo diría: "¿Cómo es que no nos habíamos conocido antes?" Fue un pensamiento compartido.

Curiosamente, en los tiempos en que la conocí, hace unos pocos años, yo estaba haciendo un curso relacionado con su profesión en medios audiovisuales. Otra confluencia.

Dos o tres días antes del concierto me preguntó si iría. Le dije que sí, y también que tenía que bajar de un local de su casa unos discos vinilos, entre ellos el Agartha de Miles Davis. Por esos días, coincidiendo con la memoria que me suscitaba Sonny Fortune, tenía casi obsesión por volver a escucharlo —en especial esa tercera cara—, pero circunstancialmente lo tenía ella en un garaje suyo, entre otro montón de vinilos míos que ahí siguen. No podría imaginar el funesto destino que le tenía reservado la semana siguiente... Ni remotamente podría imaginar que cuando Isabel se volvió, estando ambos solos en la sala ya, hacia Sonny para decir ese "¡Muy bien, muy bien..., very good!", el destino podría fijar una encrucijada semejante: un álbum fronterizo en mi adolescencia, un músico que, casualmente, estaba en aquella grabación, y que sonrió agradecido a las calurosas y sinceras palabras de Isabel, y tan solo seis días después de esa confluencia cósmica terminaría en una tragedia irremediable que quiero asumir, pero la memoria de emociones e imágenes, sonrisas y lágrimas, me impide consumar en mis velos y mis desvelos.

Ayer, 28 de marzo de 2009, sería el 49 cumpleaños de Isabel, que no le dejaron cumplir. Escuché al dúo de guitarras Joaquín Chacón y Marco Martínez en el Swing. Tocaron, entre otros, el estandar There will never be another you -tema, según la Wikipedia, del musical de 1942 Iceland-. Un título que bien puede recordarla, porque sin duda alguna, mi siempre querida Isabel Uría, nunca habrá otra como tú.

"Tendré miles de sueños, pero aunque se hagan realidad, nunca habrá otra como tú."

La verdad es que la versión que menté en otro post de Lester Young con Óscar Peterson, cd que había comprado ella, me parece de las más bonitas, aunque tristona. Por ello no la incluyo aquí ahora.

Me ha resultado difícil encontrar una versión cantada de este tema. Dejo una de Chet Baker, con lo que disfrutamos de su trompeta. Con una versión tan estilo West Coast, tiene la ventaja de que también la canta, lo que encaja para este post. Son canciones románticas, incluso ñoñas, para una angloparlante. Los no nativos podemos dejar que la imaginación vuele sobre la literalidad de las palabras y disfrutar, según creo, más que un angloparlante..., por la mayor evocación. En cierto modo, para nosotros, el mensaje es más musical, más poético. Nótese que a pesar de lo nostálgico, la letra tiene un tono positivo: sigue viviendo, sigue conociendo a personas nuevas, más canciones, más sueños...


There will never be another you (Harry Warren, Mack Gordon)

There will be many other nights like this, And I'll be standing here with someone new. There will be other songs to sing, Another fall...another spring... But there will never be another you. There will be other lips that I may kiss, But they won't thrill me, Like yours used to do. Yes, I may dream a million dreams, But how can they come true, If there will never, ever be another you?
(trompeta)

Yes, I may dream a million dreams,
But how can they come true, If there will never, ever be... Another you?
Al final su tono de voz me recuerda el de ¡Caetano Veloso!... ¿Puede ser?

martes, 24 de marzo de 2009

Los letrados: Directores de cine

Los letrados encargados de la defensa aparecen como los directores de una película. Cuentan con un guión de lo sucedido proporcionado por el acusado, sus secuaces y sus consejeros. Además, vía remuneración, aparecerán especialistas que avalen la verosimilitud de esa historia. Mientras pueda mantenerse un guión, o como diría el abogado, "una línea de defensa", el proceso se puede seguir, siempre basándose, claro está, en lo lucrante de la actividad. Cuanta más resonancia tenga el caso, más publicidad para el letrado, más lucro presente y futuro.

El problema con el caso de Marta del Castillo, en que ya son dos los abogados que rechazan seguir defendiendo a Miguel C. D. parecería, visto de forma superficial, como una suerte de moralidad de los letrados. Nada más lejos de la realidad. Por muy claro que tenga su defensor la culpabilidad del acusado -y hablamos de asesinato-, siempre tratará de hacer prevalecer la veracidad de esa historia. Pero Miguel cambia continuamente su versión, no hay forma de que los actores se ajusten a un guión o "línea de defensa". En esta tesitura, la defensa declina continuar.

Sí, los defensores son auténticos directores de una historia. Necesitan un buen guión (es decir, creíble), la colaboración de sus actores, entre los que se encuentran "científicos" que, pagados por el acusado y adláteres, proporcionarán cuanto pueda ser útil para darles realismo (y ocultarán lo que se lo quite).

¿Quién financia todo esto? : la víctima.

¿Quien se lucra?: abogados, procuradores, psiquiatras... Al final del camino, tal vez, el (presunto) asesino. Es lo único que importa ya, por lo visto.

¡Gran trabajo!

Foto superior: de Eddie Adams. El jefe de la policía de Saigón asesina a un preso del Vietcong el 1 de febrero de 1968. Como es sabido, se trataba de un preso que está con las manos atadas a la espalda.

jueves, 5 de marzo de 2009

Marta Gómez: luz, vida, belleza, amor.


-¿Tú crees que estoy loco?
-No, no estás loco..., estás solo.
-Estoy solo porque estoy loco, o estoy loco porque estoy solo.
Ayer, miércoles 4 de marzo, fui a una actuación de Marta Gómez. Venía enmarcada bajo el título de Música de autor, y apenas investigué que era de Colombia, lugar que inevitablemente me produce resonancias especiales. Llegué un poco tarde, 15 o 20 minutos, así que tuve que, franqueando a dos amables azafatas, esperar a que terminara un tema para, durante los aplausos, entrar. Antes de hacerlo me decía una de ellas que "estaba muy bien". Me encontré con una voz latina, que cantaba muy bien en directo -¡pero muy muy bien, ¿eh?-. Me gustó la luz de su voz, colombiana para más señas, aunque residente en Nueva York. Pensé que había algo especial en esas voces. En vivo sabe dar variedad, por ejemplo en una canción cantó acompañada únicamente por la batería. Entre cada canción decía algunas palabras sobre el tema, lo que la había inspirado. En no sé que medio que le enviaron en un email se encontró cubriendo una especie de formulario que le enviaron con fórmulas más o menos astrológicas que le darían su sentimiento característico. Explicaba que en su perfil le salió un sentimiento nostálgico, melancólico, y que cada persona tenía asociado un árbol, que en su caso resultó ser el sauce llorón. Recordé que en un post anterior dije que me hizo gracia que Irene Shams se molestara en presentar un tema tan conocido como el Willow Weep For Me -bueno, la verdad es que más bien recordó a su autor, y en general el público agradecemos, creo, algunas palabras-. Fijense en el título (willow, la palabra inglesa que designa al árbol que aquí llamamos "sauce llorón"), en inglés da el juego de palabras que, en horrísona traducción literal, sería

"Sauce (llorón), llora para mí".
Al final resultó ser un grupo muy siglo XXI: una chica rusa a la flauta travesera, un bajo y un baterista de la Argentina, un multiinstrumentista (charango, violín, kena...) de Ecuador, y la propia Marta Gómez de Colombia.

En las circunstancias en que fui, encontrarme con la luz de una voz latina me dio que pensar, es decir, me dio que sentir. La "escenografía" es muy buena -vaya, que sabe narrar un concierto, no es cuestión de efectos técnicos-, así que si musicalmente merece, visualmente convence. Por razones personales he tenido algún problema de concentración en las letras, la música debe ir por otro canal, aparte de que siempre hay que soportar alguna aburrida oyente que estuvo durante varios temas diciéndole a su compañera que si se iban ya... Ni comen, ni dejan comer.

Esto me trae a colación que anteayer vi con toda la atención que merece la película Las uvas de la ira, complicada de ver para mí porque trabajaba Henry Fonda, y eso me trae muy directamente a mi querida Isabel, incluso un recuerdo material relacionado que iba a devolverle estos días y que por vagancia demoré.

(Un primer párrafo Sobre la "tolerancia")

El caso es que al comienzo de esta película había justo a mi derecha dos señoras con su parloteo inacabable que me hacían presagiar lo peor
(en realidad estos parloteos suelen ser monólogos...). Afortunadamente, delante de la señora había un hombre de mediana edad, de complexión más bien robusta, que sin cortarse un pelo giró atrás la cabeza y dijo con voz contundente "¿va a seguir así todo el tiempo o...?" La mujer, una señora mayor, se cortó y se calló durante toda la película... Me pasó por la cabeza decirle al oído al hombre "¡gracias!", también pensé en dárselas tras la película -aunque la mujer me dio lástima, también...-, pero dadas las circustancias antedichas, al final de lo que menos me acordaba era del señor y de todo esto.

Una película que es mucho más que recomendable, y por la que parece no haber pasado el tiempo. En un texto sobre la película decían que la novela de Steinbeck había envejecido peor que la película. No lo sé, pero la película es, para mí, excelente, y resulta actual en todos los sentidos, si uno se para a pensar un poquito en que la pobreza, las pateras, las emigraciones e inmigraciones, la corrupción, la integridad, la amistad, la política..., en fin, sigue y segurá siendo de actualidad para toda persona medianamente sensible, aunque a los sensibleros tal vez les lleguen sólo otras cuestiones.

Resulta conmovedora la escena en la que, viajando con el dinero justo en busca de trabajo, paran en una bar a ver si les vendían algo de pan. Una señora, desabridamente, les dice que eso no es una panadería, que el pan que tienen es para sandwiches, y que si lo desean, ahí están. El señor les dice que es para la abuela, que tiene que ser pan de molde por la dentadura, y que sólo tienen 10 centavos, que lo tienen todo justo para el viaje... La señora le dice que lo que tienen cuesta 15 centavos. A todo esto un par de camioneros en la barra del bar viendo la situación. El dueño del negocio le dice a la mujer que les dé el pan que piden. Ella dice que lo necesitan para los sandwiches. El dueño -se sobre entiende que es el marido- insiste terminantemente. La señora les planta el bloque de pan encima del mostrador repitiendo que son 15 centavos. El señor le dice que si le puede cortar 10 centavos. El dueño le dice que se lo dé, el hombre insiste en llevar 10 centavos, le contesta que es pan de ayer, que se lo lleve todo por 10 centavos. En todo momento el señor está acompañado por dos niñas. Paga en caja los diez centavos y al lado tienen chucherías, caramelos. Le pregunta a la señora, que sigue con su coraza endurecida, que cuánto cuestan los caramelos. La señora se queda dudando, mira a los niños, todo contado con unas imágenes nada sentimentalizadas, puro cine -
nada que ver con la sensiblería ñoña de Qué bello es vivir de Capra, ¡por favor!-. Le dice que cuestan un centavo. El hombre le dice que le dé dos. Los niños -un niño y una niña- los cogen felices. Cuando se van, un camionero de dice a la mujer, antes de pagar su consumición, que por qué les dijo que costaban 1 centavo si costaban cinco. Ella les contesta en el mismo tono desabrido que es su negocio... Los camioneros pagan la consumición y, cuando la dueña les va a dar la vuelta, salen apresurádamente dejándole la vuelta...

Y por si no quedara claro: aunque trata de la dureza, de la miseria, no se regodea en absoluto en la desgracia, la cuenta, la narra, pero resulta incluso tratada con cierto sentido del humor ya desde el principio.

Por supuesto, lo conmovedor resulta ya desde el principio.

"-¿Tú crees que estoy loco?
-No, no estás loco..., estás solo.
-Estoy solo porque estoy loco, o estoy loco porque estoy solo."

Según veo Qué bello es vivir, de Capra, es de 1946. Las uvas de la ira, de John Ford, es de 1940. Sin desdeñar aciertos y bondades de la primera, tengo claro que esa no la veré más -la vi hace pocos meses-, pero sí recomiendo una visión de la segunda sin prejuicios modernistas, viéndola como lo que es, una historia contada magistralmente, la primera no pasa, para mí, en absoluto el paso del tiempo -ni alguna otra-. Esta segunda sí...


Al final el hombre le dice a la mujer, que es la fortaleza de la familia, que si no fuera por ella, él no habría podido. Ella le dice que los hombres vamos a golpes, que las mujeres van como un río, hay cascadas y salientes, pero la vida fluye como un río... Termina así.

Por algún comentario al salir, me pareció que alguna gente no se centró tanto en la historia como mereciera, y que la vio muy prejuiciadamente. De hecho, el ciclo se llama
Adolescentes en la pantalla, y el comentario que hacían dos jóvenes, imagino que universitarios, si es que esto significa algo, era que no veían qué tenía la película en relación al título del ciclo. A mí me importó un bledo ese detalle, y vi una gran película de 1940. Fue en versión subtitulada. Cada loco con su tema.
Siguiendo con Marta Gómez, me gustó la luz de su música, merece la pena escucharla en vivo. Créanme, las grabaciones sólo muestran un ápice. Veo que hoy, jueves, 5 de marzo, va a cantar en Gijón. Espero que sea tan bonito como el de ayer. Igual hasta me acerco, aunque vaya día que hace hoy. La tristeza de la vida con Marta Gómez se vuelve luminosa, resulta como ese río que fluye de la vida... Sí, creo que voy a obligarme a ir, llueva o nieve, quiero ver luz, quiero oírla y verla. Necesito su luz.

Dejo una canción, porque alguien la subió, titulada Paula Ausente (insisto: no se conformen con las grabaciones), si tienen ocasión, véanla y oiganla en vivo. Es mucho más. Es pura vida.




No me resisto a dejar a continuación una de mis canciones más emotivas. Aprovecho que Estragón la subió, y no me molesto en hacerlo. Mercedes Sosa canta Como la cigarra, sobre un texto de Maria Elena Walsh. Nunca supe muy bien por qué exactamente me toca tanto la fibra sensible esta canción. O me la tocaba, no sé ahora.





Y eso que ahora mismo no es la que más me apetece escuchar.

Por favor, que nadie piense que la música de Marta Gómez le va a dar tristeza, porque no. Es luz, es vida, es amor.


Marta Gómez: ¡Guapa!

domingo, 1 de marzo de 2009

La Tensión del Sentido de la propiedad y el relax de Back to the Land


Cuando llegué al Swing el sábado 28, como de costumbre, busco un lugar en el que poder sentarme tranquilamente, aunque sea tras una columna que me impide ver a los músicos. Lo habitual es encontrar más o menos sitio libre -a veces no-. O mejor dicho, ocupado por chaquetas, etcétera. Este sábado me acerqué al lugar que suelo ocupar, había una chaqueta encima, y le pregunté a la pareja que estaba al lado si podía sentarme en ese lugar. Siempre me encuentro con la misma situación: miran desconcertados, como si tuvieran todo el derecho del mundo a ocupar los asientos en exclusiva, como si uno fuera un impertinente. No suelo dejar mucho opción: con toda la educación del mundo doy por hecho que tengo derecho a ocupar un sitio, dentro de un contexto en el que hay espacio suficiente. Entonces la chica me dice que la chaqueta no es de ellos. Ésta estaba en el extremo. Más allá había una esquina en la que hay sitio para sentarse, pero la gente la utiliza para dejar sus chaquetas, etcétera. Al parecer estos objetos exigen mucho espacio, no se les puede comprimir, son algo así como sólidos ideales perfectos. Dentrás mío aparece el dueño de la chaqueta, que yo ya había tomado para colgar en una silla plegada mientras buscaba su posible dueño. No tuvo mayor problema y me dijo que la dejará allá -en la esquina-. Me siento en su lugar. Estoy pegado al hombre de la pareja. Un tipo con aspecto de tener carácter -pero lo dudo-, más alto que yo. El tipo me dice que si me puedo poner más allá, ellos sin desplazarse lo más mínimo -tenían espacio de sobra hacia la esquina-. Le digo que estoy al límite, que si hacen el favor de desplazarse ellos. La chica me hace una mención a que la otra parte está ocupada por las chaquetas. Les digo -en todo momento muy educado aunque serio- "creo que tengo derecho a sentarme, ¿no?, hay espacio hacia allá". Consigo que se desplacen lo suficiente como para que no nos toquemos. Y me dejo llevar por la música. Al cabo de un rato, unos pocos temas, deciden irse. Percibí algo de tensión en el hombre -que es el que estaba más cerca de mí-, pero me centré más en la música, y en la situación inevitable de que tanto ese día como el anterior Isabel hubiera disfrutado también.

Resulta turbador la facilidad con que las personas buscan problemas cuando ocurre..., lo que ocurre.

Recordé un día en que dejé el coche en una plazoleta pública, un aparcamiento de uso público delante de una iglesia pequeña. Iba a comprar unas cosas en un supermercado y cuando volví al coche, en medio, impidiendo el acceso a cualquier vehículo que intentara entrar o salir, había un auto con una pareja y un hombre de mediana edad charlando. Tras colocar mis cosas en el auto, les digo que si por favor pueden dejarme salir. Los del auto miran desconcertados, como si estuviera pidiendo algo fuera de lugar. Veo que van a hacerlo, y al tiempo oigo al hombre, que recuerdo que tenía barba, "no hagáis caso, no hagáis caso". Me quedé de piedra. Tras un titubeo en el que les digo que si no apartan el vehículo no puedo salir, acceden a apartar el auto. Al pasar con el coche, con un cabreo impresionante, conteniéndome, le digo desde el puesto del conductor al barbas que si pasaba algo. Me contestó con no recuerdo qué gesto desconcertado -porque me veía cabreado- y chulesco, y muy alterado le dije "¡¿es tuyo el coche?!", contestó algo así como "parecido", mostrando un gesto de desprecio mientras apartaba la mirada a un lado, y la mujer de la pareja me dijo algo así como "salga, salga" haciendo gestos con la mano cual guarda de tráfico.
No alcanzo a comprender estas situaciones. La primera se basa en que todos queremos tener nuestro espacio vital. Comprensible, pero de ahí a que no dejes ocupar asientos en una actuación en público. Recuerdo haberles dicho que eso no era una sala de conciertos, que no eran butacas pagadas. Por otra parte, se quedaron dos chicas y un chico que estaban con ellos -comprobé luego-. Con estos no tuve ningún problema.

La noche anterior, del viernes, había dos chicas, una de las cuales hablaba hasta por los codos, de "economista", de "tesina", de no sé cuántas cosas más sobre conocidos, amistades o lo que fueran. Mientras, Marco Martínez Quartet tocando maravillosamente. Las chicas -al menos a la que hablaba tanto- mostraron cierta turbación porque ocupase mi sitio -en absoluto ocupando su espacio vital-, simplemente pedí permiso por cortesía. Cuando llegó más gente buscando un hueco, la parladora misma sugirió a la otra con una mirada cómplice que si se iban... Afortunadamente se fueron.

¿Pero no es un lugar público? No entiendo el acendrado sentido de la propiedad que tienen muchas personas sobre cosas públicas. De todas formas, hay que decir que no todo conflicto, cortesía, Count Basie, cura, Dizzy Gillespie, Isabel Uria, Mickey Rocker, párroco, Ray Brown, Sentido de la propiedad, el mundo es así, y por supuesto hay de todo, claro.

Por otra parte, siempre que veo actitudes así pienso, también, en personas reprimidas...
El barbas que jaleaba a la pareja para que no apartara el coche que obstaculizaba la salida resultó ser, según comprobé por casualidad días después, ¡el párroco de la Iglesia!...
Voy a dejar un tema tranquilo -pero intenso-, dado que el tema de este post habla de la tensión artificial que crean gentes que lo único que tienen de "educadas" son determinados gestos más menos característicos de pijos. Hum.


Count Basie al piano, Dizzy Gillespie tocando la trompeta de una forma nada usual en él, a la batería de Mickey Rocker y al contrabajo Ray Brown en una versión que yo mismo pasé de un vinilo hace algunos años. La grabación original creo que es de finales de los setenta. Un vinilo que Isabel me hubiera devuelto en su semana trágica... La imagen superior corresponde a la portada de la versión cd que se puede ver en la web. Tonalidad aparte, es la misma imagen.

Con Isabel Uría II y el Swing Jazz en Oviedo. Marco Martínez Quartet

Este viernes, 27, y el sábado, 28, he disfrutado de Marco Martínez (guitarra) y su trío acompañante, Satxa Soriazu (piano), Horacio García (contrabajo) y Diego Hernando (batería).

Qué puedo decir de Marco Martínez: que hace Música. No toca escalas, no hace ejercicios de técnica, sino que expresa, con inspiración. Su guitarra trae resonancias del mejor jazz. Tal vez Wes Montgomery fue una de las fuentes que me parecieron más claras en los primeros momentos de escucha, pero no es en absoluto un mero reproductor, tampoco se confunde con él -como podría ocurrir en algunas grabaciones de George Benson, por ejemplo-, y vienen otras, a medida que lo escuchas. Todo desde un buen gusto, incluso la ordenación de temas, en los que pasa por ritmos latinos, baladas deliciosas que me recuerdan Polka Dots and Moon Beam (yo pensé allí que tocaban esta balada, tanto el viernes como el sábado, pero dudo, porque me falla la memoria y porque casi nunca entiendo los títulos que dicen, y creo recordar que dijeron otro título. No importa, la siguiente ilustra un tema lírico, lento, que creo que es bueno intercalar en las sesiones musicales).

Ahora mismo estaba escuchando a Marco Martínez a través de lo que tiene en su Space. Coloco Polka Dots and Moonbeams de la mano de Wes Montgomery..., ummm..., ya no es el uso de octavas característico de Wes..., es que lo de Wes era mucho. Creo que sólo se puede uno empapar de él y llevarlo como una de las fuentes. Marco lleva a Wes..., y afortunadamente no se dedica a reproducirlo. Escuchando ahora a Wes lo veo tan genuino, tan profundo, que sería un error tratar de hacerlo. Como otros grandes, tenía la cualidad de que cada vez que lo escuchas, es mejor de lo que lo puedas imaginar...



Como tengo conectado con un cable el ordenador al ampli..., puedo caer en el error de, escuchando a Wes con buen sonido, seguir hablando de él... Me tengo que contener.

Es una sensanción muy extraña estar en el Swing escuchando una música tan deliciosa como hace este grupo. Yo calado de una tristeza profunda -ahora mismo he roto a llorar inesperadamente-, sintiendo a Isabel Uría allí, pensando que perderse eso era perder la vida que a ella tanto le gustaba. El sábado cantó una chica que tengo que indagar el nombre en la dirección de my space que da Marco, sin duda se trataba de Irene Shams. Y continué con esa mezcla de de gozo de la música y, al tiempo, la constancia de que Isabel no estaba allí. No, no me expreso bien: no podría estar allí. Irene tiene una voz muy bonita, más bien grave, con naturalidad se deja llevar por el scat y usa de su instrumento vocal al modo de un instrumentista. Me resultó gracioso que se molestase en presentar la canción Willow Weep for me. La emulación entre instrumentos -incluyo el instrumento vocal, pues- siempre ha formado parte esencial del jazz, y una de las fuentes de inspiración y desarrollo -Paco de Lucía decía, por otra parte, que él siempre quiso cantar...- Recuerdo que el pianista Earl Hines decía que comenzó tocando la trompeta, pero "como le dolía detrás de las orejas, se pasó al piano..." Earl Hines, que ahora que lo pienso no se prodiga mucho o nada en la web, siendo uno de los músicos que me hicieron enamorarme perdidamente de este género..., o de este universo musical -muchas ediciones cd estropean algo de la esencia de Earl Hines..., espero que haya mejorado ya y se recupere su toque-. Se le consideraba el pianista que trasladó el arte que Louis Armstrong hacía con su trompeta al piano. El jazz es una música lúbrica y sentimental en su esencia, por sus venas fluye sagre negro africana, pero inseminada en madres que las nutren desde la pachamama universal.

La primera canción que cantó Irene Shams era bailable, e imaginé a mi querida Isabel Uría saliendo a bailar. En alguna ocasión me dijo que el baile podría ser su profesión frustrada, añadiendo que también en aquellos tiempos nada sabíamos de qué hacer y por dónde ir. Difícil era para aquella generación saber las posibilidades reales que uno tenía, salvo que tuvieras una circunstancias privilegiadas.

Yo voy a dejar aquí, ahora, una pequeña foto de Isabel de chiquitita (un recorte de la original). La tengo escaneada, y hay una característica que me contaba con humor: "fíjate que tengo el brazo cambiado". Ella está en primer plano. Fue una actuación en una Caja de Ahorros. No tengo la fecha.

Así que me introduzco en el local del Swing con la única idea de escuchar buena música. Con una mezcla rara de temor a encontrarme con conocidos, con una turbadora sensación de que estoy solo y acompañado a un tiempo y sin dejar de pensar las cosas más bonitas que le hubiera gustado vivir, que eran las más sencillas.

Isabel estaba en los últimos tiempos indagando mucho en la música de jazz, supongo que se me nota tanto mi amor por este arte, que se produce una suerte de contagio. Últimamente me decía que le gustaba mucho un disco que había comprado con Lester Young y Oscar Peterson. Creo recordar que era ese disco porque me lo había puesto un poco en su casa y le dije que me gustaba y que no lo conocía. Entre nuestros asuntos pendientes estaba el de que me lo dejara. No tuve prisa, y ya no podré tener el recuerdo directamente de ella.

Isabel no iba de "exquisita", pero buscaba lo bello. Como era una niña noble hasta el tuétano, no tuvo reparo en decirme, con cierta risible extrañeza para sí misma, en sus, quien lo habría de pensar, últimos días, que le gustaba lo último de Rosario Flores. No tuve tiempo de comprobar a qué canción se refería, si es que se refería a una canción, o tal vez a varias. Tuve la extraña sensación de que me estaba diciendo algo a mí.

Viniendo el domingo 15 de febrero, cinco días después de que le quitasen la vida, hubo un momento que conecté unos buenos auriculares que llevaba conmigo al conector del autobús, y entre otras sonó una canción de esta chica titulada Algo contigo. Pensé si sería esa la canción, si sería ese el disco que le gustaba. En la canción oía:

(...) Quiero vivir, yo quiero vivir, saber por qué te vas amor. Te vas amor, pero te quedas porque formas parte de mi, y en mi casa y en mi alma hay un sitio para ti. Sé que mañana, al despertar, no hallaré a quien hallaba y en su sitio habrá un vacío grande y mudo como el alma. Algo de mí, algo de mí, algo de mí se va muriendo. Quiero vivir, yo quiero vivir, saber por qué te vas amor. Te vas amor, te vas amor...

Y cuando me habló de que le gustaba lo último de esa cantante, me quedé pensando en que tenía que escucharlo como algo personal, como un canal de comunicación.

En el viaje llevaba en un reproductor mp3 varios temas por si me apetecía escuchar. Los había incluido sin pensarlo mucho y apresurado. Uno de ellos era There Will Never Be Another You, con Lester Young y Óscar Peterson. Pero este tema no lo pude escuchar más que un instante, fue un error llevarlo en estar circunstancias, me destrozaba el corazón Pensé que tenía que enfrentarme a él más adelante, y me dio miedo a no poder hacerlo nunca.

Para ilustrar este post, iba a dejar a continuación el tema, pero pienso ahora que no me ha dado tiempo a decirle a Isabel que a Lester Young le encantaba bailar. Por esta razón, dejo a continuación un tema de ese disco que muestra esto que no tuve tiempo a decirle, el tema es (Back Home Again in) Indiana:




El tema tiene swing a raudales. A pesar de ser una grabación de 1952, en las que había una gran pérdida en el sonido de los platillos de la batería... La guitarra de Barney Kessel, ya que este post empezó con Marco Martínez, gran guitarrista para mí, me parece una gozada. No está nada mal el sonido que consiguieron de grabaciones de esos años los técnicos de sonido, y los que hiceron la toma original demuestran mucho amor a su labor.

[Lester Young (saxo tenor), Oscar Peterson (piano), Barney Kessel (guitarra), Ray Brown (contrabajo), J.C. Heard (batería).Verve, 1952]




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