domingo, 15 de noviembre de 2009

Antropología y construcción de género

Veo uno de esos folletos que fomentan la llamada Ideología de género, a modo de Catecismo postmoderno. Muy pronto entran en la construcción de género y todo esa cosa de los roles masculinos y femeninos, productivos y reproductivos. Entonces, sueltan una de esas caricias pedagógicas que iluminan nuestro conocimiento y que preceden con la fórmula ¿Sabías que...

«...la antropóloga M. Mead, comprobó que en determinadas culturas de la Polinesia, cuando se le entregaban muñecas a niñas y niños, eran estos últimos los que jugaban con ellas?»
Qué respingo de emoción me produce que citen, a modo de fundamento científico, a Margaret Mead, quien ha tenido el mérito de haber dado origen al "mito antropológico más conocido del siglo XX".

En su libro Adolescencia y cultura en Samoa (1928), Mead describía la vida en Samoa como idílica, apacible, no competitiva. Para esta antropóloga, sus habitantes carecían de rivalidades porque no se tomaban la vida demasiado en serio. Incluso llegó a sugerir que la promiscuidad protegía a las jóvenes adolescentes de Samoa de quedarse embarazadas, aunque no detallaba el procedimiento maravilloso con el que lo conseguían. Para su maestro, Franz Boas, todos estos inauditos descubrimientos eran fascinantes.

Treinta años después de la visita de Mead a Samoa, el antropólogo Lowell Holmes realizó un seguimiento en la misma isla en la que Mead había realizado su trabajo de campo. Aunque Mead consideraba que los habitantes de Samoa no albergaban sentimientos de rivalidad, ella misma no estaba libre de ellos. Cuando Holmes le escribió para comunicarle sus intenciones, recibió una respuesta fría y desalentadora:

«Me contestó diciendo que no sabía quién era yo, y que debía haber comentado con ella mi proyecto antes de emprender el viaje»
Para su sorpresa, Holmes descubrió muy pronto discrepancias con el relato de Mead.

Los habitantes de Samoa parecían en extremo competitivos, agresivos, preocupados por la posición social, intolerantes hacia las transgresiones, y puritanos con respecto al sexo. La violación —que según Mead, era desconocida en Samoa— resultó ser una práctica muy extendida...

Holmes trató de suavizar las contradicciones entre sus descubrimientos y los de la conocida antropóloga.

En 1958 publicó su libro. No les voy a aburrir sobre lo que el pobre de Holmes tuvo que sufrir ante los ataques de Mead:

«Me llevó a una esquina, me miró de arriba abajo, me llamó deshonesto y me dijo que mi trabajo no valía nada. Yo acababa de obtener mi doctorado, y para mí fue muy duro [...]. No le recomiendo a nadie que tenga a esa mujer de enemiga.»

Pero Holmes no fue el único que cuestionó las tesis antropológicas de Mead. Hacia el final de su vida había suficientes pruebas acumuladas para poner en duda su visión idílica de la sociedad de Samoa. Por supuesto, Mead desdeñó toda objeción de otros investigadores y rehusó revisar el contenido del libro más popular en ese campo.

Mead murió en 1978. Cinco años después un antropólogo, Derek Freeman, de Nueva Zelanda, publicó un libro sobre Samoa que causó revuelo en el mundo entero. Freeman había vivido en las islas de Samoa desde 1940 y hablaba el idioma samoano con fluidez. Adoptado por un jefe de la tribu y más tarde nombrado jefe, había estado presente en varios consejos de la tribu, y sabía muchos detalles acerca de la sociedad de Samoa que permanecían ocultos a los ojos de los extraños. Desde la visita de Mead, muchos habitantes había aprendido el idioma inglés. Algunos habían leído el libro de la autora y habían quedado atónitos con su contenido. Todos coincidían en que la visión de Mead era una descabellada distorsión de su sociedad, y muchos le pidieron a Freeman que rectificara esa información.

Su libro, basado en décadas de investigación, denunció los errores de Mead sin miramientos. Freeman también ofrece una explicación, proveniente de los propios samoanos, del error de Mead.

«Según parece, Mead fue engañada deliberadamente por su informantes, un grupo de adolescentes de Samoa. En Samoa el sexo es tabú, y los adolescentes nunca hablan sobre el tema. La pérdida de la virginidad antes del matrimonio es considerada como una desgracia para los adolescentes y sus familias. Las hijas de individuos de alto rango eran examinadas en una ceremonia especial para comprobar que seguían siendo vírgenes; una ceremonia que, contrariamente a lo que Mead afirmaba, era imposible evitar. Como Mead insistía en hacerlas hablar, los adolescentes inventaron historias "para burlarse de ella" . El engaño es un pasatiempo de los habitantes de Samoa, "un desahogo contra la represión de una sociedad en extremo autoritaria".»

Dice Frank J. Sulloway en su Rebeldes de nacimiento, que en posteriores investigaciones, Mead colaboró con otros investigadores, lo que la protegía de cometer el tipo de error que cometió en su primer trabajo de campo.

«El error de la joven Mead es comprensible; todos los científicos comenten errores. Sin embargo, el tipo de error que Mead cometió resulta significativo. Los errores de los primogénitos tienden a parecerse a los de sus maestros, en este caso a los de "Papa" Franz Boas. En cambio los errores de los hermanos menores son producto de una excesiva rebeldía.»


Imagen superior: recorte de un cartel anunciando una charla con el título Diversidad de familias, en Gijón, a cargo de Ana J. L., trabajadora social de un Centro de Asesoramiento e Información Sexual de Gijón).

viernes, 13 de noviembre de 2009

¿Quién se lo contó?

Cuentan que en el juicio por el crimen que costó la vida a Isabelita, y en el que hubo una sobreviviente, la madre de Isabel, que en la prensa suelen denominar como "la abuela del menor", estaba contando una de la andanzas de las que el imputado había tomado parte, con la inestimable aquiescencia y compañía de buen escudero, cuando al finalizar la segunda parte —de la primera parte era ella testigo, de la segunda otra persona—, la abogada, la misma que fue contratada para el imputado en un tiempo record, y que cual convidada no pétrea, tan a gusto ha estado trabajando desde el primer momento in situ, le preguntó a la madre de Isabel:

—¿Eso, qué se lo contó, A.?

La madre de Isabel, María, sorprendida por la pregunta, le contestó que no, que eso no se lo había contado A., sino otra persona (que detalló en el juicio).

Esto viene a cuento porque a la desesperada se ha intentado extender el bulo, entre otros, de que a la madre de Isabel le ha influido alguien de afuera. Dan con ello a entender que María no sabe, y es conducida por otros a los que, por otra parte, han tratado de mantener distantes.

Que el prejuicio haya llegado hasta profesionales de la cosa judicial, hasta el punto de que no es que no sepan, sino que no han querido saber de nadie cercano a la víctima, quedará ahora postergado, si vivo para contarlo, claro, y no es por dar ideas. Aunque ya van contando monsergas para disculparse por lo largo del proceso. Sin duda, con la fábula que se contaba, acabarían la instrucción muy pronto, pero...

El caso es que hay un hecho que no tiene vuelta: la madre de Isabel estuvo desde el primer momento sumergida en el entorno del imputado, y bien alejada de cualquier contacto exterior, en la medida de lo que han podido, que fue mucho, casi todo. Si embargo, ella sola fue la que se dijo "me tengo que ir de aquí", esto es, de allí, del domicilio del imputado. No vamos a hablar de quien por un lado parece tener muy claro el móvil del crimen, y por el otro estuvo, muy ladinamente, trayendo y llevando botes de un, digamos, Ponte Cachas Pronto, para tratar de construir, cara al juicio, una suerte de móvil químico, más interesante para la estrategia abracadabra de la abogada. Claro que para entonces ya había sido llevada en volandas a la tan esperada declaración, ¡6 días después del crimen!, bien resguardada de todos —por su bien, por supuesto— en cierto hospital. Que las huestes judiciales se hayan tomado toda esa primera declaración con tanta ingenuidad me produce no pocas dudas, y de verdad que esperaba que no lo podrían tragar tan tontamente con los condicionantes que había. ¿No se preocuparon de conocerlos? ¿Los obviaron?...

Así que me dice el A. que, aunque abrumado porque le tengan en tan alta consideración, no ha hecho nada para que María viera lo que ha estado aconteciendo realmente: todo lo han hecho "ellos".

Tanta modestia por esta parte ha sido acompañada, es cierto, por la lucidez y la intuición de la anciana madre que, afortunadamente para la dignidad de su hija y para todos los que la queríamos, no quedó tonta, aunque ellos, claro, no apreciarán esta lucidez de igual modo.

Ya se sabe que se puede hacer uso de la bondad ajena, sin comprender realmente qué clase de virtud es ésta, aunque virtud suene en nuestro tiempo, a muchos, extemporánea. María es buena persona, y eso, sin lugar a dudas, se deja entrever en esa primera declaración tan bien encarrilada, y en unas circunstancias tan bien toleradas.

Seguramente ellos nunca comprenderán del todo esa distancia en la calidad humana, que nada tiene que ver con la máscara social, ¡pardiez!, aunque les sirva de remedo.

No, si ya sé que no lo comprenden.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Angie: discreta y con clase

Angie

Veo el caso de Ángeles Molina Fernández, Angie, acusada del asesinato de Ana Páez, y no puedo lamentar más que ésta haya tenido la mala suerte de haberse creído su amiga.

Nos muestran a una chica glamurosa, que se mueve en un Porsche Carrera 911. Al parecer una chica bella -me da cosa usar esta palabra-, digamos que lo es de fuera. Una chica con muy buena imagen social, qué otra imagen si no.

Veo la capacidad de simulación, y hasta dónde se puede llegar cuando se es indiferente al sentir ajeno y se carece por completo de todo sentimiento de culpa. Me pregunto si acaso sentirá algo por el error propio, por no haber hecho algo "bien", una huella en su hiperbólica autoestima. La veo dirigiéndose a su objetivo como una triunfadora nata, con las ideas claras: a dónde va, a quién hay que eliminar para lograrlo, incluso a costa de quién se catapultará a un mundo socializado, del mundo de la good people al mundo de la high society. Una mujer moderna, trabajadora, eficiente; una mujer amante, con novio, con vida social. "Obsesionada por la línea", dicen; iluminada por las focos del éxito, digo. Tampoco: es su representación.

Al final de la noticia aparece una declaración de una chica, Silvia, hermana de un anterior novio, después marido, de Angie que murió en circunstancias extrañas. Tenía el marido, o exmarido, cómo no, un seguro de vida, aunque para él fuera, quizá, un seguro de muerte:

Desde Canarias, otra mujer, llamada Silvia Álvarez, ha declarado ante la policía. Esta persona cuenta cómo murió su hermano, Juan Antonio Álvarez, el 22 de noviembre de 1996: “Mi hermano conoció a ‘Angie’ en el 90, ella decía que era noble y tenía dinero, tierras con frutales… Se casaron; luego vimos que su padre era taxista; todo era mentira. Mi hermano me dijo que le había sacado diez mil dólares y se había ido a Madrid”. Silvia añadió que su hermano murió desnudo al lado de la cama, que en su cuerpo encontraron detergente. Y que tenía un seguro de vida: ochenta millones de pesetas.

Pero Angie es una chica con clase:

Incómoda por la situación y después de que otra presa le gritara "asesina" en la biblioteca, Molina Fernández solicitó ser trasladada de centro penitenciario..."

Eso de que una chica vulgar le gritara algo tan "incómodo" a una chica noble, debe ser de lo más duro de su estancia, pero Angie es una mujer discreta:

que ha participado en todas las actividades que le han sido posibles: manualidades, pintura, cerámica, educación física. Y colaboró como auxiliar en la escuela, donde ayudaba a sus compañeras a hacer más llevaderas las clases...
La veo trabajando en su "defensa", cómo no, en riguroso silencio. Y es que Angie es una chica discreta, una chica con clase.



Enlaces:

El crimen más seguro
Crimen Perfecto
Crimen de mujer, crónica de reportera
Disfressada per matar
Crimen Perfecto (Periódico de Aragón).


lunes, 2 de noviembre de 2009

Pedagogía Judicial: el derecho a mentir


Lo primero que aprende un presunto criminal cuando es procesado es el valor de la mentira. Es algo de cajón, pensarán. Sí, pero en el proceso a menores la cosa tiene un peso aún mayor, dado que supuestamente están aprendiendo. El “derecho a mentir” aparece pues como un arma que, en un caso extremo, le podría permitir al imputado salirse de rositas aún habiendo hecho el más execrable de los crímenes.. Pero aún estoy más sorprendido por la traducción real que tiene esa máxima del derecho a mentir. Los hechos que se consideran en la sentencia serán aquellos que, oídas todas las versiones testimoniales que derrumbaban la versión inicial del imputado, relatará éste, bien acompañado por su "defensor" –pero atacante para la víctima-. El imputado tendrá derecho, no sólo a mentir, sino a escuchar todas las declaraciones y pruebas y varios días después, para que tenga tiempo de preparar una nueva mentira, declarar la nueva versión. Ésta, aunque parezca increíble y contradiga las testimoniales, es la que se tendrá en cuenta y aparecerá como “hechos”.

A veces se habla de “justicia”. Resulta claro, para este ingenuo corazón, que justicia va ligado a verdad, sin ésta, no puede darse aquélla. Por eso las Madres de la Plaza de Mayo, en esa lucha contra el genocidio en la Dictadura argentina, proclaman que buscan “verdad y justicia”.

Sin embargo, la pedagogía que dice buscar la reinserción, lo primero que enseña es que mentir es la forma más rotunda de conseguir beneficios. Por supuesto, el entorno del imputado asume esta pedagogía como una especie de Bálsamo de Fierabrás, ellos ya saben que esto funciona así, el menor acabará de comprenderlo hasta sus últimas consecuencias.

Cómo no habría de representar el psicópata y sus variaciones una buena propuesta evolutiva de la naturaleza a un ambiente degradado, miserable y falso. Una falsedad anclada en el interés propio de una casta, y de sus prejuicios de clase.

El amor a la verdad es un grande problema: es el punto débil de las personas honradas. Honradas de corazón, qué si no.


Foto superior: una madre portando una imagen de un "desaparecido". La foto representa una verdad tan rotunda como, para algunos, molesta. No en vano, algunos genocidas dicen que su error fue dejar vivos, esto es, testigos, personas que alumbren la luz de la verdad.
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