domingo, 26 de octubre de 2008

Es probable que Dios no exista... Disfruta

Hacía muchos años que no disfrutaba de un partido de fútbol. Mi nivel de saturación mediático no es muy alto, y el indiscriminado bombardeo publicitario me produce rechazo. Un día me dio por encender la TV, me encontré con uno de los partidos de la Copa de Europa de 2008, Holanda-Francia: fue como descubrir el Edén de las emociones olvidadas.

Pocos días después, el día en que España jugó la final contra Italia, en la última Copa de Europa, me entró uno de esos ataques de soledad que me dan cuando un acontecimiento colectivo afecta al país entero y a mí me pilla unitario. Así que, para compartirlo, busqué. Busqué y encontré un barín poco concurrido, cerca de mi casa, con mesa libre y todo. Como tenían una cerveza que me gustaba, aproveché la novedad del fútbol y la disculpa de la rubia fermentada. En la barra había una chica sudamericana, de Ecuador, probablemente, que con su pose de piernas cruzadas alegraba mi vista. Era la gozosa de un tipo de treinta y pico años que la acompañaba, así que mi disfrute tenía sus límites, lamentablemente. El hombre, visiblemente alegrado por otra cerveza, elevaba inopinadamente una de esas horrísonas bocinas que se oyen en los campos de fútbol, y la hacía sonar repetidamente. A un par de metros, delante de mi, había una familia con niños, uno de cerca de doce años. Cada vez que el tipo la hacía sonar, se sobresaltaba y, tras una inquieta mirada, se tapaba los oídos confundido y desesperado: el gozo del espectáculo compartido comenzó a teñirse. Cuando acabó el primer tiempo, en lugar de continuar con ese disfrute de la vida, y aprovechando la ingravidez que me producía la rubicunda bebida, me fui, ya que el gozoso bocinista me estaba sobresaltando a mí también. Así que tuve excitación pero sin clímax.

En fin, que me tuve que ir a disfrutar el segundo tiempo a mi casa. Solo. Ignoro lo que le habrá ocurrido al niño, que el pobre no sabía ya qué hacer. Espero que tenga a Dios presente, si no, con doce años, rodeado ya de hedonistas sin el "temor" de Dios, lo va a tener dificil.

Y a mí, si al menos me quedara Dios, y el infierno, y todas esas cosas, de lo más alto y de lo más bajo, igual me podría consolar. En fin, pensar que el bocinero de turno acabara condenado en el infierno, a partidos de fútbol silenciosos y mudos, sin hembras del paraíso, sin bocinas. Qué sé yo, alguna compensación, ya que mi libertad es violada -¡Libertad, tenías que ser mujer!-, por imperativos de sus disfrutes, obligada a elegir entre la estentórea estupidez bocinal y la lúbrica soledad de mi magín. Cuarenta y cinco minutos contra la espada y la pared. Preferí la pared, por aquello de que siempre puedes imaginar un mural, o una puerta oculta que prometa un mundo, tal vez de mujeres jugando a fútbol, disputándose mi cuerpo cual trofeo. Para esta vida pasa, me arreglo con el magín, pero que a cambio me quede la eterna sin estos individuos, digo yo. Con fútbol, acompañado del muchacho sensible, de hembras táctiles y gozosas. Y una buena cerveza, por qué no, de abadía trapense, por favor.

En los autobuses londinenses, dice Elvira Lindo, reza el eslogan:

"Es probable que Dios no exista. Ahora deja de preocuparte y disfruta de la vida"

¡Disfruta de la vida!, ¡Je!, y entonces yo, qué. Lo preocupante ahora es que no haya infierno, que no haya Dios, porque entonces, qué mierda es esta, qué me queda a mí, ¿eh?, ¿qué?

Quién me consuela a mí, ¿eh?, ¿quién?
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