lunes, 15 de septiembre de 2008

La última embestida de Rocinante

Tras la estructura, varias toberas expulsan los desechos del gasóleo quemado para generar la electricidad que alimenta la mole del espectáculo electroacústico-musical. Tras ellos, varios traileres reposan hasta el día en que otro ayuntamiento, en dura disputa con otras corporaciones por la parte presupuestaria del Estado, los reciba con la misma solemnidad para la populista y ruinosa celebración. Por unos días, nada importa, ni siquiera los edificios e infraestructuras consideradas Patrimonio de la Humanidad -esos mártires de la idolatrada diosa Cultura-, que sufrirán los embates de toda esa energía decibélica en un radio de kilómetros. Nadie se atreve a decir una verdad, ¿nadie? Solo, el Caballero de la Triste Figura observa atónito, por una vez mudo, lleno de estupor.



Don Quijote
yergue su figura apesadumbrado por la ominosa tarea de abatir el monstruo psicodélico. Baja su yelmo, a modo de parapeto frente al brutal rugido que pareciera brotar de los mismísimos infiernos, protegiéndose de los posibles dardos de la futura intelectualidad juvenil, tensando el ánimo, infundiendo no más que funestas esperanzas a Rocinante. Sancho le acompaña, mientras reza por su señor, a la espera de buena ventura, horrorizado ante el recuerdo del clamor "¡no a la sangre por petróleo!" que la gran familia universitaria proclamaba anteayer, el año pasado, el siglo pasado, hoy, mañana. Rocinante eriza sus crines, se agita nervudo ante el inquietante destino. Recuerda vagamente los molinos de La Mancha como minúsculos gigantes, comparados con los horrísonos y feroces monstruos megadecibélicos. Un murmullo recorre la panza, las entrañas del animal, mientras el caballero de la triste figura, en el presagio de la última embestida, apunta con su pica, presto a morir ante la bestia más feroz en la plaza más concurrida y juvenil que hubiere soñado, un estadio deportivo convertido, por mor de la fiesta y de la política, en templo electroacústico y gregario. El caballero espolea a Rocinante, que avanza al trote; al paso, una infausta, rubia y hermosa muchacha que bailaba separada de la multitud, se encuentra con la pica que le atraviesa un costado desgarrándole la piel. Fluye el vino, huyen los jóvenes más cercanos, Don Quijote continúa en su cabalgadura. Al llegar a un bafle gigantesco, embiste y se empotra todo él. Saltan chispas y la armadura se ilumina como una lámpara incandescente. Tras un minuto, se hace el silencio y se apagan los focos, Don Quijote permanece al rojo vivo, iluminando tenue con su resplandor. La multitud prorrumpe en aplausos y silbidos de emoción. En una minúscula área del terreno, compañeros de la blonda mancillada en vino, la portan en volandas pidiendo auxilio por los móviles. La multitud continúa aplaudiendo, con "bravos" de júbilo. Vuelan latas de cerveza, exaltados por el espectáculo más original que hayan visto nunca. Los músicos se miran, aturdidos. Rocinante huye despavorido, acaba de pasar ante mí, está loco, se precipita a la Ronda Sur, frenazos de automóviles rugen y suena un golpe sordo, chirrían neumáticos quemándose en su pavor, se oyen choques encadenados. Rocinante yace en el asfalto, reventado, recordando en su último estertor todas las venturas de su amo y apurando esta, su última embestida.

Al fondo queda el ronroneo de tres gigantescos generadores que incansablemente digieren sangre, petróleo, lo que sea, lo que haga falta, con tal de que la fiesta continúe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Así es Alejandro, la música muere, y en su lugar queda el ruido ensordecedor, para acallar cualquier voz que pueda surgir entre la multitud. Ni el mismisimo Don Quijote, con su inseparable Sancho, son capaces de acabar con este estruendo........

Me gusta mucho tu blog, seguiré por estos lares....

Un abrazo,
Selene09

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