jueves, 11 de septiembre de 2008

Coca Cola y pan con tomate

Estaba comentándole a una amiga algo que recordaba haber leído en el libro En favor de África yo acuso. Uno de esos libros que no lee nadie. Su autor, René Dumont, decía que a través de la publicidad, muchas mujeres de aquellas latitudes le atribuían a la Coca Cola virtudes que no tenían, superiores, claro está, a las de un zumo natural de cualquier fruta local, o de la misma leche, con perdón.

Así que ya desde pequeñitos, aquellos bellos negritos se iban habituando, para contrarrestar así su belleza natural, a estos productos tan saludables. Hay que empezar pronto. Mi amiga, incrédula, me decía que no lo creía, que no se creía que las mamás de aquellos países de hambruna siguiesen los designios de esa publicidad. Como quiera que veía de todo punto imposible argumentar sobre esta idea, lo dejé como un problema de incomunicación, habitual por otra parte entre nosotros, fuera de unos inolvidables destellos de lucidez amorosa.

Al despedirnos, mi amiga me dijo que iba al supermercado a comprar "leche de soja", un líquido que siempre pensé que procedía de los mamíferos. O acaso es que la soja sea eso, una mamífera, con perdón.

Imagino a mi amiga con un nene, habituándolo pronto a esas leches, con perdón otra vez, para que crezca sano, perfecto, acabado como un producto manufacturado y listo para perpetuar la cadena alimenticia que va de la fábrica al tetra brik.

Las vacas lo tienen muy crudo, no me extraña que algunas se vuelvan locas, prubinas.

Me voy a tomar una rodaja de pan con tomate y aceite de oliva, que esto se va a acabar pronto.

¡A su salud!

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