viernes, 13 de noviembre de 2009

¿Quién se lo contó?

Cuentan que en el juicio por el crimen que costó la vida a Isabelita, y en el que hubo una sobreviviente, la madre de Isabel, que en la prensa suelen denominar como "la abuela del menor", estaba contando una de la andanzas de las que el imputado había tomado parte, con la inestimable aquiescencia y compañía de buen escudero, cuando al finalizar la segunda parte —de la primera parte era ella testigo, de la segunda otra persona—, la abogada, la misma que fue contratada para el imputado en un tiempo record, y que cual convidada no pétrea, tan a gusto ha estado trabajando desde el primer momento in situ, le preguntó a la madre de Isabel:

—¿Eso, qué se lo contó, A.?

La madre de Isabel, María, sorprendida por la pregunta, le contestó que no, que eso no se lo había contado A., sino otra persona (que detalló en el juicio).

Esto viene a cuento porque a la desesperada se ha intentado extender el bulo, entre otros, de que a la madre de Isabel le ha influido alguien de afuera. Dan con ello a entender que María no sabe, y es conducida por otros a los que, por otra parte, han tratado de mantener distantes.

Que el prejuicio haya llegado hasta profesionales de la cosa judicial, hasta el punto de que no es que no sepan, sino que no han querido saber de nadie cercano a la víctima, quedará ahora postergado, si vivo para contarlo, claro, y no es por dar ideas. Aunque ya van contando monsergas para disculparse por lo largo del proceso. Sin duda, con la fábula que se contaba, acabarían la instrucción muy pronto, pero...

El caso es que hay un hecho que no tiene vuelta: la madre de Isabel estuvo desde el primer momento sumergida en el entorno del imputado, y bien alejada de cualquier contacto exterior, en la medida de lo que han podido, que fue mucho, casi todo. Si embargo, ella sola fue la que se dijo "me tengo que ir de aquí", esto es, de allí, del domicilio del imputado. No vamos a hablar de quien por un lado parece tener muy claro el móvil del crimen, y por el otro estuvo, muy ladinamente, trayendo y llevando botes de un, digamos, Ponte Cachas Pronto, para tratar de construir, cara al juicio, una suerte de móvil químico, más interesante para la estrategia abracadabra de la abogada. Claro que para entonces ya había sido llevada en volandas a la tan esperada declaración, ¡6 días después del crimen!, bien resguardada de todos —por su bien, por supuesto— en cierto hospital. Que las huestes judiciales se hayan tomado toda esa primera declaración con tanta ingenuidad me produce no pocas dudas, y de verdad que esperaba que no lo podrían tragar tan tontamente con los condicionantes que había. ¿No se preocuparon de conocerlos? ¿Los obviaron?...

Así que me dice el A. que, aunque abrumado porque le tengan en tan alta consideración, no ha hecho nada para que María viera lo que ha estado aconteciendo realmente: todo lo han hecho "ellos".

Tanta modestia por esta parte ha sido acompañada, es cierto, por la lucidez y la intuición de la anciana madre que, afortunadamente para la dignidad de su hija y para todos los que la queríamos, no quedó tonta, aunque ellos, claro, no apreciarán esta lucidez de igual modo.

Ya se sabe que se puede hacer uso de la bondad ajena, sin comprender realmente qué clase de virtud es ésta, aunque virtud suene en nuestro tiempo, a muchos, extemporánea. María es buena persona, y eso, sin lugar a dudas, se deja entrever en esa primera declaración tan bien encarrilada, y en unas circunstancias tan bien toleradas.

Seguramente ellos nunca comprenderán del todo esa distancia en la calidad humana, que nada tiene que ver con la máscara social, ¡pardiez!, aunque les sirva de remedo.

No, si ya sé que no lo comprenden.

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