lunes, 11 de mayo de 2009

De lo normal y lo anormal: la ley del deseo


En una página de fetichismo femenino, el autor habla con una chica y le pregunta, como a todas, qué opina de la atracción o excitación por el pie femenino. La chica piensa "it's not normal". Ella es de un marcado feminismo, con aspecto algo andrógino que el autor de la página asocia, muy brevemente, con el "rechazo sufrido habiendo tenido principios de anorexia". La mujer, que accedió a dejarse fotografiar, tenía los pies algo deformados. Se entiende que según los gustos, habrá hombres a los que les produzca excitación.

La normalidad de un comportamiento es una de las características más difícil de valorar. Por ejemplo, habitualmente se ha considerado a la homosexualidad como algo anormal, como una desviación -claro, de la norma-, y aún hay profesionales de la psiquiatría que lo consideran eso, una anormalidad. A medida que la sociedad cambia, le teoría psiquiátrica se va modificando para adaptarse a la nueva situación, de igual forma que la teoría considera normal que una mujer desarrolle una vida profesional con los mismos derechos que un hombre y con libertad de acción en lo familiar mientras que, en tiempos no tan remotos, una mujer que se dirigiese por ese camino sería no muy normal. En general, se asumía que se trata de una mujer rarita que, no obstante, mientras realice acciones con aceptación social, no se estigmatizaba demasiado.

Podría decirse que hay deseos, y que estos son o no normales en función del entorno social. Hoy día se va extendiendo el deseo de formar una pareja homosexual y, al mismo tiempo, tener hijos, formando un matrimonio. El aumento del número de deseantes conllevó la aceptación del deseo como normal. En esta tesitura cabría preguntarse qué es normal y qué es anormal. Todos sabemos que depende del tipo de sociedad, pero todas tienen como fin necesario el mantenimiento de una población que perpetúe el ciclo de vida de ésta. Para ello es necesario el trabajo conjunto de la sociedad y su procreación. Economía y demografía. Supongamos que en un grupo social el ochenta y cinco por ciento de sus habitantes fueran homosexuales (masculinos o femeninos): en estas cicunstancias, la procreación se vería claramente comprometida, habría que hacer algo por puro mantenimiento, por pura supervivencia del grupo. Actualmente, la baja natalidad de los países desarrollados que cuenta, sin embargo, con grandes recursos económicos, frente a la elevada natalidad de países con escaso desarrollo, permite un movimiento de población que compensa la forma tradicional de mantener o desarrollar la población al ritmo adecuado. Entonces, claramente se observa que el patrón de normalidad está en las necesidades sociales. Lo que va en contra de éstas es anormal. Por ejemplo, un matrimonio homosexual es, por así decirlo, un auténtico lujo. De hecho sólo es posible si existe una fuente barata de niños para poder mantener la población. El matrimonio homosexual es, pues, una adaptación del deseo de una parte de los ricos a una sociedad que, por necesidades socio-económicas, puede satisfacer la demanda por esta vía. En una sociedad pobre, la homosexualidad es reprimida en mayor o menor grado, porque ese comportamiento iría en contra del bien común fundamental, que es el mantenimiento de la población.

Actualmente, en nuestra sociedad "occidental", la homosexualidad no se considera algo anormal, pero esto es así porque no se compromete el mantenimiento del grupo social al que pertenece. Incluso se puede considerar que es un bien que beneficia a los productores de niños en países pobres, a pesar de lo cual se considere escandaloso el fenómeno de las adopciones ilegales, ésta no es más que la forma de tratar de satisfacer una demanda de niños, es decir, de satisfacer el deseo de parejas homosexuales y parejas que no puedan tener hijos por razones biológicas. Los productores necesitan dinero, los pagadores necesitan niños. El resto de la población del grupo se mueve entre la indiferencia, tratada como "tolerancia" y, en menor grado, la oposición desde determinados presupuestos ideológicos, religiosos, morales. En medio estaría la inconsciencia, aunque habrá quien vea falsa conciencia.

Claramente se observa que es la infraestructura económica la que sustenta la aceptación de un deseo como bueno o como malo. O, si se prefiere, como normal o anormal.

Por cierto, comenzaba por un ejemplo fetichista. ¿Es normal la excitación a través de partes o prendas del cuerpo no necesariamente ligadas a la sexualidad? En un país subdesarrollado lo importante es que haya natalidad, por lo tanto, que haya excitación sexual que permita la reproducción en cierta medida. Con tal de mantener la natalidad, cualquier forma de excitarse puede considerarse normal. Que un número de machos elevado, incluso mayoritario, se exciten por una u otra vía, es normal siempre que ello conlleve suficiente número de relaciones sexuales ligadas a la procreación, aunque sea bajo el voluble señuelo del placer.

En un país desarrollado, los valores se trastocan por completo. El deseo de la sociedad no es ya el sustento de la población, éste es ya un hecho. Un nuevo deseo aparece en escena, puede ser el deseo de formar una familia monoparental, de padres homosexuales, etcétera.

La moral, pues, se sustenta en la necesidad de satisfacer un deseo. Lo que cambia es éste, a medida que se van satisfaciendo otros más perentorios. La forma de satisfacer el deseo es aceptada siempre que cumpla el fin social. Por eso, cuando se acepta en nuestra sociedad el deseo homosexual como equivalente al deseo matrimonial de nuestra tradición, estamos en realidad aceptando y adaptándonos de forma totalmente conservadora al estatus económico global. No hace más que perpetuar el ciclo de adaptación de un mercado de satisfacción de necesidades. Llámenle, si quieren, un efecto más de la globalización.

Mientras la moral tenga como sustento la necesidad del grupo, ésta siempre será adaptada a las nuevas situaciones, perpetuando no sólo su propio mantenimiento, sino el mantenimiento de los proveedores subdesarrollados. Para decirlo más claro: sin guerras por petróleo sería imposible mantener una sociedad que se afana en considerar bueno todo lo que satisface sus deseos, los cuales, cambian -en calidad y en cantidad- a medida que se van satisfaciendo. La inquietante conclusión es que no se puede ser progresista, en el sentido en que cierta autodenominada "izquierda" se considera a sí misma, oponiéndose a un tiempo a una política bushiana, imperialista, depredadora y al mismo tiempo hacer campaña pro derechos de homosexuales y pro derechos de cualquier grupo social que, por el mero hecho de desear algo pareciera que ya tiene base moral para sustentarlo. Defiéndanse esos derechos, pero defiendan, también, las políticas más "imperialistas", explotando los recursos naturales ilimitadamente, ahora que tanto se habla del calentamiento global y otras especies medioambientales.

No es casualidad que en un sistema esclavista, como el griego o el romano de la antigüedad tuviera gran aceptación la homosexualidad: el mantenimiento económico y democráfico se sustentaba en una política de guerra y esclavismo. Los esclavos eran, por así decir, el petróleo de ahora.


Fuente: apunte casi literal de 30 de octubre de 2007, a raíz de no sé qué cosas que tal vez se deducen.

PD: Tal vez podría ilustrar este post con la imagen de sendas ministras publicitando la "píldora del día después", sin receta y sin límites de edad... Buena contribución a todo el trasiego de niños-mercancía del Tercer Mundo al Primero. Por aquí se tiran a la basura los proyectos natales, por allá nos los venden. Todo muy progresista. Ellas, sendas ministras esplendorosas de sonrisa beatífica y acomodada.

PD: Es claro que en la depredación de recursos energéticos podría incluirse la depredación infantil.


2 comentarios:

Autógeno dijo...

Destacaría de tu artículo dos aspectos que me parecen exitosos desde el punto de vista retórico: en primer lugar, su estructura formal sigue una lógica firme y transparente a pesar de algunas extrapolaciones que también tienen su encanto a modo de "aquiescencia antiprosaica" antes que como licencia poética; en segundo término, ataca el papanatismo imperante en nuestras latitudes con una buena dosis de frialdad analítica sociológicamente correcta. Y, así, tenemos el objetivo acorralado gracias al empleo de unos impecables medios tácticos que, sin embargo, revelan también la flaqueza de acatar un principio no menos caprichoso que los deseos criticados bajo el dispendio de una "razón moral", como si ambos conceptos fueran compatibles y necesarios (puede que en la razón haya un empacho de moral y algún metódico autoengaño, pero en la moral hay, desde luego, una cerril carencia de razón, que no de razón de ser...).

Por sensibilidad (otro lujo), puedo compartir contigo la repulsa frente a la ceguera falaz y el hastío irresponsable a los que conduce la celebración pública del narcisismo más zafio como un estilo triunfal de vida, pero todo el repertorio de opciones que lo han precedido o que se ofrecen como alternativas fortalecidas por la indignación me resultan igualmente despreciables. Siento (entristecido a medias, socarrón siempre) que la condición humana constituye una aberración doble: un aberrante producto natural dentro de la aberración evolutiva desde la cual refulge como una aberración cultural entregada a los más aberrantes proyectos civilizadores. Con sinceridad, aunque sea difícilmente deseable por seres efímeros habituados a prolongar su legado genético de forma inconsciente, creo que lo mejor para el género humano sería la extinción voluntaria. De ahí que el aborto, la homosexualidad, la eutanasia y el uso de anticonceptivos me parezcan loables como prácticas incruentas que contribuyen a paliar la plaga demográfica y, en menor medida, porque devuelven al sujeto la dignidad de poder decidir no una coma o una conjunción, sino un airoso punto final.

Sensaciones dijo...

Gracias mil por tu comentario, Autógeno. Desde luego, mucho me acuerdo últimamente de algunas de tus citas y notas de tu blog: "Yo no puedo sentir el orgullo de ser hombre porque he vivido ese fenómeno hasta sus últimas consecuencias / E. M. Cioran"...

También recuerdo mucho aquel divertido post en que dices aquello de:

"No en vano, hay dos formas de estar en la vida: se puede ser contenido y romper a fuerza de atributos el molde o, tal como nos sucede a la mayoría, nacer siendo recipiente para acabar siendo bacín."Que puede verse en Ante todo para nada,
http://autogeno.blogspot.com/2006/08/ante-todo-para-nada.html

Ahora hablas de "aberraciones civilizatorias" y con tristeza tengo que darte la razón, aunque no sé si desde la misma perspectiva.

Citas el aborto, la homosexualidad, la eutanasia y el uso de anticonceptivos como prácticas loables e incruentas para paliar la plaga demográfica... Bueno, cada tema es un hilo del que se puede tirar. La homosexualidad no creo que sea una práctica loable ni criticable, al menos no más de lo que se pueda loar o criticar cualquier otra característica. Ahora, si un homosexual viola a otro hombre -o le acosa-, ya es otra cuestión.

Por lo demás, creo que hay una tensión entre "opciones sexuales" libres -algo que desde hace mucho no es un problema- y "opciones sexuales" que desean que su "libertad" esté a resguardo de la imposición por el Estado de un estatus que los protege. Es claro, también, que la homosexualidad no es una opción que vaya ni a favor ni en contra de nadie, sino que sigue el curso de su propia satisfacción. Su moralidad, su validez reside en que se desea, como se desea contribuir, en contra de su propia "elección" primera, a la crianza de bebés.

La verdad es que en desear, no nos distinguimos de las moscas.

No sé por qué hay fundamentalistas religiosos que tienen tantos problemas sentimentales para asumir lo de común que tenemos con el "mono", digo con las moscas.

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