domingo, 9 de mayo de 2010

"El grito en el cielo" según Trapiello

Sí, sí, el lenguaje está entre mis obsesiones. El origen de esta inquietud tiene que ver, seguramente, con limitaciones propias que ya recuerdo desde niño: no entendía, dudaba, consultaba..., y la palabra intercedía en la comprensión. Como todo el mundo, cometo errores, también en este blog, sin corregir aún, pero no es el error en sí mismo lo que me interesa (los ortográficos suelen ser anodinos, para mí, otros pueden ser de más calado). Es todo un tema lo que le molesta al común de los mortales que les avisen de una incorrección ortográfica. Es como si ves a un automóvil con la puerta mal cerrada y tratas de avisar a los ocupantes, encontrándote con un desplante. Precisamente porque no le doy tanta importancia (o porque no me la doy), no me molesta en absoluto que me corrijan, es decir, me avisen. En realidad lo agradezco, al fin y al cabo, podrían haber pasado de largo. Que haya mal pensados en uno u otro sitio no invalida el fondo ni la regla general. En cuanto a la vanidad, bueno, parece que con ella hemos topado.

Perspectiva de género

Desde la perspectiva de género se podría pensar que la palabra papelera es de género femenino porque una cultura machista se lo asigna a un recipiente destinado a la fútil tarea de recibir papeles desechables. Sin inspiración alguna, pronto podemos notar que basurero es de género masculino, y en un instante toda la argumentación anterior se vendría abajo. Acaso podría demostrarse que una palabra es efectivamente un reflejo de la cultura machista, pero asignar a todo el orbe lingüístico una pérfida obsesión machista en imponer una cultura que ensalza al macho y denigra a la hembra supone tomar a la parte por el todo, amén de una simplificación que nada bueno dice de sus mentoras y mentores. Pienso en aquel mecanismo de la inducción que lamentaba indignado Bertrand Russell como uno de los mecanismos mentales más "estúpidos", cuando del caso particular se obtiene la regla general, aunque no se refería al elegante y bello método de la inducción matemática, claro.

El grito en el cielo


Recientemente leí un artículo de Andrés Trapiello con este título que me dejó anonadado. En él se despachaba a gusto contra aquellos que
Desde hace lo menos doscientos años, cada quince días salen muy indignados recordándonos lo mal que se habla el español. Son los nuevos Savonarolas.
Por un momento podría ir atinado. tal vez, cuando dice que lo hacen en artículos "a menudo apelmazados y latosísimos que podría afeárseles". Con varios años de retraso, lo hace ahora el opinante semanal, pero ¿qué nos quiere decir Trapiello?

El artículo arremete contra aquella columna titulada El dardo en la palabra
que se ocupaba de esta clase de chorradas
Parece sincero Andrés cuando dice de esas columnas que
nadie le hizo notar que tan irritantes podían ser las faltas que él descubría en los demás como ese título suyo pretencioso, pedante y agresivo.
¡Pues sí que está irritado!, aunque un poco tarde. Y añade que siempre le pareció
algo fuera de lugar, como si un día, almorzando en un restaurante de carretera, nos dedicáramos a corregir a los vecinos de la mesa la manera que tienen de coger la cuchara o de masticar.
Una comparación más bien disparatada. Sin embargo, lo que me parece fuera de lugar (y de tiempo) es desastrar de modo general los artículos de Lázaro Carreter sin entrar en materia alguna más allá del tono. Juzgar el "elemento subjetivo" de Carreter en esos artículos post morten me parece un despropósito. ¿Qué esconde Trapiello tras la bilis?, ¿a quién se dirige?

De los dardos queda toda lo escrito, y a ella podría entrarle Trapiello y cualquiera, pero opta por la bilis, suponemos, porque no nos queda otra opción, que sangra por alguna herida, y lo comprendemos. Creo que el fondo de esos dardos, que por otra parte se dirigían a un público amplio, es decir, "al pueblo", está en la reflexión sobre el uso mediático de la lengua (prensa, radio y televisión, fundamentalmente). Uno se pregunta de qué le gustaría que hablase el académico, aunque tal vez lo que nos viene a decir Andrés Trapiello es que se queden en sus despachos y nos dejen a los demás en paz, y no sé si en particular a él. ¿Estará matando moscas a cañonazos?

Adolecer

Un día, ojeando un libro que recopilaba aquellos artículos de Lázaro Carreter me dio por mirar el índice, y me encontré con la palabra adolecer. Siempre se me había atragantado esta palabra, desde niño: veía su uso en un texto, miraba el diccionario, creía entenderlo. Luego lo veía en otro texto, volvía a dudar, consultaba de nuevo, y me decía "no entiendo lo que significa esta palabra". Lo dejé por imposible, y evité su uso, un poco siguiendo aquel chiste del guarda civil que anotando un atestado le entran dudas sobre la ortografía, y opta por preguntarle al superior: "Señor, badén se escribe con b o con v", el mando se queda dudando y le contesta "ummm... ponga cuneta".
-Señor, badén se escribe con be o con uve.
-Ummm... ¡ponga cuneta!
Me sucede con frecuencia que a veces no entiendo por limitaciones propias, otras porque
no entiendo lo que no se puede entender..., y esto fue lo que me hizo ver de una vez por todas el artículo de Carreter. Unas veces lo leía bien usado, ¡y es cuando lo entendía!, pero otros escribientes adolecían de un desconocimiento de la palabra, por lo que no se podía entender. Les ahorro el efecto que producía en mi autoestima revisar el diccionario y concluir que no entendía. El mal uso de esta palabra traspasa la barrera de la mera ortografía, pues da lugar a un texto ininteligible, aunque igual se trata de eso...

No sé si se habrá erradicado el error, pero sin duda el dardo de Carreter habrá contribuido a ello, para bien de todos, también los implicados. "Lo malo no es no saber..., lo malo es no querer saber". Entonces, ¿cuál es el fondo, qué es lo importante, qué lo accesorio?

Trapiello dice:
Cada quince días viene alguien a decirnos cómo hemos de llevarnos el adjetivo a los labios y qué hacer con la perífrasis. Hace cien años era el pelma de Julio Casares, ayer, Lázaro Carreter, y hoy, sus sucesores.
Y nos intenta hacer notar lo que según él tienen en común "poner el grito en el cielo con mensajes apocalípticos". En medio del artículo, continúa Andrés diciéndonos que esos autores "pretenden que se hable como antes", ¿como antes de qué?

Lenguas vivas y lenguas muertas

No creo que Carreter fuera tan beato como para pensar que el lenguaje no está sujeto a cambios e invenciones, y ya hacía notar Ortega y Gasset que el lingüista Vendryès podría haber definido una lengua muerta como aquella lengua en que no hay derecho a cometer faltas, lo que de forma invertida puede leerse como que la lengua viva vive de cometerlas.

Tras tragarte las dos primeras columnas
trapiellenses de mala leche, en la tercera y última columna Andrés nos intenta, por fin, decir algo en este sentido, aunque yéndose al extremo opuesto, y nos ofrece una especie de sentimentalismo lingüístico, según el cual "lo que se siente se puede expresar". Suponemos que se aprende a sentir a gritos, o en silencio, no sé. Al parecer la lengua no intermedia en el proceso, vaya, que la lengua es una chorrada inútil que sólo vale para, ¿para qué? Tal vez no tenga sentido alguno la enseñanza de la lengua, ni siquiera el diálogo o incluso la discusión. Parafraseando a Unamuno, podríamos decir respecto a la enseñanza de la lengua "que inviertan ellos" (que los castellanohablantes no necesitamos a nadie). Para qué la escuela. Tal vez tenga razón, y la lengua no sirva para nada, al fin y al cabo, cuando un alumno suspende, se ha impuesto el hábito de darle de hostias al profe, y el guaje que siga alimentando su ego, pobrecillo, hasta el próximo noticiero, o la próxima víctima. El chaval sólo expresa sus sentimientos como sabe.

A la mitad del texto escribe Trapiello que "le parece ridículo principalmente el tono de las amonestaciones". Es el único momento en que destaca el tono, al menos "principalmente", algo en lo que servidor podría, quizás, coincidir. Sin embargo, añade a continuación "como si alguien les hubiera encomendado esa labor de policía, todo el día patrullando entre los periódicos..." Al parecer los académicos son todos unos policías inútiles, una especie de talibanes de la lengua. Una peligrosa, grosera y falsa asimilación con la política. De hecho, afeándoles esa actitud, parece reforzar la idea de que a Trapiello le gustaría que se guardaran en sus despachos académicos en lugar de descender a la arena pública. ¿Para qué hablar?,¿hablar para qué?

Andrés tuvo con este artículo el privilegio de decir algo en un semanario de gran tirada, y sin embargo toma la superficie por el fondo del asunto, y se queda con el tono en lugar de atender a su contenido. Por otra parte, ¿no se podría comprender una cierta "agresividad dialéctica" en algunas de aquellas columnas como la vestimenta de una indignación?, ¿no podríamos preguntarnos si no será una justa indignación?, al menos podríamos tratar de entenderla. Pero lo moderno es "entender" al tarado, y juzgar severamente al pedante por oficio por el solo hecho de ser pedante. Parece que se ha impuesto como un tic de nuestro tiempo juzgar la indignación de los académicos como algo malo per se. Al parecer, no es justo indignarse. Usar la expresión "tono apocalíptico" pretende dramatizar "las maneras" para evitar entrar en el tema, asimilar la crítica al aserto panfletario, politizar la lengua evitando toda opinión argumentada. No se entiende qué ejercicio de democracia pretende hacer con esta igualación. Siendo así, no es de extrañar que para algunos el tiro en la nuca sea lo mismo que argumentar (claro, será su expresión sentimental, "lo que se siente se expresa"). La crítica que se hacía en esos dardos no es asimilable a totalitarismo alguno, más bien todo lo contrario, y la actitud savonarolítica está precisamente en el escrito de Trapiello, que no dice nada, que sólo juzga las maneras demagógicamente, aunque tampoco sé si Savonarola merece la comparación, o si solo es pedantería.

Ahora lo moderno es una suerte de anarquía lingüística, aunque luego nos vienen con los Derechos de autor, y entonces les sale la indignación, ¿es indignación?, ¿es justa?

La pecunia por el todo. Por cierto, volviendo a la perspectiva de género, pecunia es de género femenino. Uno de tantos marrones para esta corriente torquemadesca, aunque la pecunia sigue estando a su favor, no en vano demagogia es mujer, perdón, es de género femenino. ¿Es buena o es mala la demagogia?
-Depende
-¿De qué depende?...

1 comentario:

Anónimo dijo...

"nadie le hizo notar [a Lázaro Carreter] que tan irritantes podían ser las faltas que él descubría en los demás como ese título suyo pretencioso, pedante y agresivo."

Le resultan irritantes las faltas que él descubría..., Trapiello personaliza, cuando los artículos hablan en realidad del pecado, no del pecador.

En estos temas, el enojo viene de un gesto de ofendido que se asienta en la vanidad, considera que algo que muestre el error, lo ridiculiza..., es pura vanidad...

En el siglo XVIII, en lugar de entrar en argumentación alguna, lo ventilarían en un duelo..., que por cierto es lo que en cierto modo hace aquí Trapiello: solo que un poco tarde...

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